Agentes que piden favores sexuales a cambio de un mejor menú en la comida, internos con esquizofrenia que acosan a sus compañeros y amenazan con violarlos, habitaciones vigiladas las 24 horas por cámaras de video, sin sanitarios ni duchas, con un colchón tirado sobre el suelo húmedo y con la misma sábana sin lavar para varios meses.
Ender Manuel Martínez, migrante salvadoreño gay y
activista de la comunidad LGBT en su país, no está describiendo el
escenario marginal que se vive dentro de una de esas cárceles de las
películas, donde se reprime a criminales de alta peligrosidad. Está
hablando de su experiencia dentro de la estación del Instituto Nacional de Migración (INM) en Iztapalapa; lugar donde estuvo recluido siete meses tras cruzar a México
con la intención de llegar hasta las oficinas de Comisión Mexicana de
Ayuda al Refugiado (COMAR) en Tapachula, donde presentaría “un folder repleto de documentación” con pruebas sobre las amenazas y el intento de homicidio que su propio hermano perpetró contra él debido a su orientación sexual.
Tras la primera sentencia, Ender cuenta que el calvario que lo
sumergió en “un tormento psicológico” comenzó cuando su hermano regresó
de Estados Unidos a El Salvador con ideas religiosas “muy ortodoxas y fanáticas”, hasta el punto de considerarse “un enviado de Dios” destinado a liberarlo “de todas las cadenas” que, según él, lo atan a la homosexualidad.
De ahí que primero surgieran las notas anónimas –“Mejor ten cuidado. Porque te puedes morir ahora mismo”, le advertían-, luego las agresiones físicas en plena calle, y finalmente el intento de homicidio que casi manda a Ender a esa escalofriante estadística que dio a conocer la ONG salvadoreña Entre Amigos, la cual apunta que, de 1994 hasta junio del pasado 2013, en El Salvador ha habido más de 150 “crímenes de odio” contra personas de la diversidad sexual.
“Un día voy caminando por la ciudad y cuatro tipos me cierran el
paso; comienzan a insultarme, a pegarme –se levanta las mangas de la
sudadera que viste- y me lanzan varias cuchilladas que se me quedaron
marcadas en los brazos. Y después de la agresión, me dijeron: esto es para que aprendas y le hagas caso a tu hermano. Y es ahí cuando decido agarrar lo que pueda de ropa, pasar la noche en un hotel, y lanzarme a México”.
Sin imaginarlo, Ender estaba a punto de comenzar a vivir otro calvario.
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Son las 10 de la noche y Ender Manuel baja de la camioneta que lo transporta para ingresar a la Estación Migratoria Las Agujas,
en Iztapalapa, donde pasará los próximos siete meses de su vida.
Adentro, una comitiva de custodios lo recibe junto a otros compañeros
para someterlo a una primera inspección a modo de bienvenida.
“Me revisaron como si fuera un criminal. Casi me
desnudan, me tiraron al piso, me desordenaron toda la maleta… -recuerda
el centroamericano tirando ligeramente la cabeza hacia atrás-. Luego me
pasaron al área de población varonil y no había pasado ni cinco minutos
cuando entró un oficial, gritó mi nombre y me dijo: tú no puedes estar aquí”.
El motivo, su orientación sexual.
“Me dijeron que corría peligro en la zona de migrantes varones y que era su obligación brindarme seguridad… y por eso me llevaron a un cuarto al que llaman la vitrina”.
La vitrina, explica Ender Manuel con más detalle al ser cuestionado, es la zona donde personas de la comunidad LGTB comparten espacio con otros internos que padecen problemas como esquizofrenia, o tendencias suicidas.
Se trata de un cuarto vigilado las 24 horas hasta por tres cámaras de
video, con custodios resguardando el perímetro de la habitación, y en el
que si quieres ir al baño tienes que pedir permiso para que un oficial
-“que poco falta que entre contigo hasta la taza”-, te escolte al
sanitario.
Además, continúa denunciando el migrante, tienes que solicitar permiso para ducharte,
“y muchas veces pasan hasta tres días sin que las personas se bañen
porque, o no les da la gana a los de trabajo social llevarte, o
simplemente no te escuchan”.
Sin embargo, Ender hace hincapié en que lo que más padeció en estos siete meses en la estación migratoria fue el acoso sexual y la homofobia que se respira al interior de Las Agujas.
“Ahí dentro hay acoso sexual de parte de custodios, de los agentes de migración, y también de extranjeros que están alojados… Llegué a un punto donde necesitaba medicamentos para poder dormir. No dormía pensando a qué hora se me tirarían encima,
porque a veces en la madrugada llegaban a acostarse a mi lado, o cuando
yo me iba a duchar se metían conmigo, y en dos ocasiones intentaron
abusar de mí, a pesar de denunciar a las autoridades lo que estaba
pasando. Sin embargo, ellos insistían que era el lugar más seguro para mí, porque era más fácil controlar a siete que a los 400 que hay en población (zona de migrantes varones)”.
“El INM disfraza su homofobia diciendo que todo es por tu seguridad –agrega el centroamericano-. Pero todo ese hostigamiento es para que renuncies a tu solicitud de refugio. Porque es tan grande la homofobia dentro de la estación migratoria que hasta para ponerte una inyección en el glúteo hacen fiesta. Es la broma de la semana: los mismos doctores te hacen albures diciéndote cosas como ‘hoy sí te voy a ponchar’. Es algo estúpido el tipo de homofobia que existe ahí dentro”.
En este mismo sentido, Julio Campos, de la ONG Migrantes LGTB –organización civil que junto a otras como Sin Fronteras, Ustedes somos nosotros, o Insyde,
han llevado el caso de Ender Manuel- denuncia al respecto que la
ausencia de una política de atención específica a personas de la
diversidad sexual en las estaciones migratorias mexicanas “es parte del acoso para la que persona renuncie a su derecho de solicitar asilo”.
“Es decir –apunta Campos-, las autoridades te acosan para que te aburras y desistas de pedir asilo y te vayas a tu país de regreso”.
Por su parte, Andrea González, del Colectivo Ustedes somos nosotros,
recalca al respecto que, tras un año de visitas a la estación
migratoria de Iztapalapa, han constatado que las violaciones a derechos
humanos a los migrantes de la comunidad LGBT “son una constante”, como
lo es “el acoso sistemático por parte de los custodios”, debido “a la falta de un política de atención adecuada para esta población”.
Otra forma de acoso, retoma la denuncia Ender, es el de obtener favores sexuales a cambio de una mejor dieta alimenticia.
“Los agentes de migración piden favores sexuales. En una ocasión,
tres migrantes transgénero me comentaron que les pedían favores a cambio
de dejarlos salir de la estación migratoira, o a cambio de mejorarles la alimentación, porque ésta es también pésima. De hecho, parte del acoso es darte de comer lo que te hace daño
para que tú desistas y pidas que te regresen a tu país. Porque si tú
peleas para que se respeten tu derechos, eres una persona muy peligrosa
para migración”.
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Tras soportar “siete meses de acoso psicológico, moral, sexual, y emocional”,
Ender Manuel obtuvo, gracias en gran medida al apoyo que organizaciones
de la sociedad civil le han brindado todo este tiempo, un oficio de salida del INM para continuar con el trámite de refugio fuera de la estación migratoria.
A pesar del calvario sufrido, y de que “las autoridades de migración
se encargan de dar a conocer el lado más feo de las políticas mexicanas,
el centroamericano asegura categórico que su intención es quedarse en
México una vez que consiga el refugio.
“En El Salvador si sales a la calle y paseas de la mano y te besas con tu pareja te linchan literalmente, o te tiran a la carretera cuando pase un camión. En cambio aquí, sólo el hecho de tener la posiblidad de casarme con alguien de mi mismo sexo, o tener la posibilidad de adoptar un hijo, ya dice mucho a nivel internacional y a nivel político de las oportunidades que la comunidad LGBT tiene en este país”.
“Por eso –concluye-, mi intención es quedarme aquí y ser parte de México. Quiero ser tomado en cuenta como un ciudadano que lucha por sacar adelante a su país”.
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