Tío Juan de Dios era muy respetado, daba
consejos y se le escuchaba. Era un viejo elegante de hablar doctoral y
gesto pausado. Abogado de profesión, al que pedían conferencias en
parroquias y escuelas de monjas, y las daba, sobre el matrimonio
cristiano y la familia, la castidad y las buenas costumbres. Era la
máxima e indiscutida autoridad moral de la familia paterna de este
menda, hasta una tarde en la que, estando presente la abuela Elena (para
mala suerte del tío), censuró con severidad la “conducta inapropiada”
de Lucía, una de sus sobrinas -tía de este junta palabras-, señora
divorciada dos veces de la que no está demás mencionar que era como
Sophia Loren, pero mejor, tapatía con un par de ojazos verdes como
platos y una sonrisa que iluminaba un estadio, muy aficionada, según se
decía, a coleccionar “amigos”. Arremetía el tío Juan de Dios con vigor,
cuando la abuela sin dejarlo terminar, le dijo delante de todos:
-Cuidado Juan de Dios, que tienes el techo de vidrio, tú síguele con
Lucía y luego voy yo con tu mamá, que en gloria de Dios esté –mudo se
quedó, mudo y sin color en la cara. Luego ya solos, mi abuelita, muy
sonriente como siempre, me dijo: -A éste, de viejo, le dio por
“desmemoriarse”…
Recordé el penoso incidente al enterarme
de la carta que le mandó Cuauhtémoc Cárdenas a Carlos Navarrete,
presidente nacional de su partido, el que cofundó, el PRD, pidiéndole
-“con todo respeto”, eso sí- que renuncien él y toda la dirigencia,
aduciendo que:
…) Está a punto de disolverse o de
quedar como una simple franquicia político-electoral subordinada a
intereses ajenos a los de su amplia base (…) por la pérdida de la
credibilidad, presencia y autoridad moral de sus dirigentes (…) Toda
esta situación, se ha agravado por alianzas electorales equívocas, por
las cúpulas burocráticas que encabezan sus “corrientes” internas y como
puntilla, por las desafortunadas y cuestionables decisiones tomadas por
la dirección nacional a partir de la desaparición de 43 estudiantes de
la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, en Guerrero”.
La carta ya recibió respuesta del PRD y
ya se podrá usted imaginar que no renuncian y lo invitan “al diálogo”.
Es asunto de ellos.
Don Cuauhtémoc es de lo más rescatable
del mundo de la política contemporánea de nuestro país, qué duda cabe.
Ha sido honesto a carta cabal toda su vida, si por honestidad entendemos
no robar ni malversar, aunque se permita que otros lo hagan y se
conviva con ellos sin hacer muchos gestos.
Sin embargo llama la atención que a
estas alturas don Cuauhtémoc salga con semejante embajada, haciéndole el
caldo gordo a impresentables como Bejarano, desconociendo la legítima
elección de que proviene el actual Comité Ejecutivo de lo que fue su
partido y hace mucho no lo es. Su invitación a esa renuncia colectiva y
nombramiento de una dirigencia provisional es una invitación al
despelote, a lo que antes de que todo se dijera con miedo, llamábamos
una cena de afroamericanos.
Dijo bien Porfirio Muñoz Ledo que
Cuauhtémoc Cárdenas es hijo de estatua, porque su papá, don Lázaro
Cárdenas es héroe nacional y cuesta trabajo encontrarle defectos a los
que ya son intocables en la historia, pero eso no obliga al olvido
selectivo: don Lázaro es origen de lo que se llamaba “cardenismo” y
parece que entre tanto confeti y nubes de incienso se ha ocultado el
carácter pragmático del héroe que, para conservar el poder, no dudó en
establecer alianzas y fortalecer a otros que a su vez establecieron
cacicazgos regionales y políticos, como el de Tamaulipas con Emilio
Portes Gil, hombre alejado si los ha habido de la ideología de don
Lázaro (pero había que defenderse de Calles); luego en Veracruz, se alió
con Miguel Alemán, su exacto opuesto en todo; en Puebla con Ávila
Camacho, furioso enemigo del socialismo; en Sonora con el general Román
Yocupicio, obregonista y enemigo jurado de la CTM; y en Guerrero y
Oaxaca los grupos que fortaleció don Lázaro marcaron el destino de esas
entidades largamente.
El caso particular de Michoacán
merecería análisis de mucho fondo, no hay espacio pero de cualquier
manera no parece haber mucho que presumir vista la situación actual del
bastión nacional del cardenismo. Su papá, Lázaro, fue gobernador de allá
tres veces (en 1928, la primera; la tercera de 1931 a 1932); su tío
Dámaso, dos veces; él mismo, Cuauhtémoc, de 1980 a 1986; y su hijo,
Lázaro Cárdenas Batel, de 2002 a 2008: hasta hace apenas seis años.
Entre ellos, varios cardenistas de distinto grado, pero varios. Parece
que vista la situación de Michoacán habría algunas explicaciones por
escuchar.
Ahora propone don Cuauhtémoc la renuncia
de la actual dirigencia en bloque. Si son peores que un pozole frío, lo
sabrá él, pero esa energía ideológica se extrañó mucho cuando estaba en
el horno la reforma energética ya aprobada. Sostiene el del teclado que
si don Cuauhtémoc se hubiera plantado en el Zócalo de la capital de la
república, en huelga de hambre, hubiera sido noticia mundial y en España
hubiera acaparado mucho tiempo las primeras planas de la prensa, visto
el cariño justificado que le tienen. Tal vez no hubiera detenido la
reforma pero apuesta este su texto servidor un brazo a que hubiera sido
otra, con menos entreguismo.
No disminuye la admiración personal del
junta palabras por don Cuauhtémoc, pero no le escribió una carta a doña
Rosario Robles, su sucesora designada en la jefatura de Gobierno del
D.F., urgiéndola a renunciar, cuando los escandaletes del “affaire”
Ahumada; ni le puso la correspondiente carta al Pejehová cuando se fugó
Gustavo Ponce Meléndez, Secretario de Finanzas del D.F., acusado de
peculado, ni cuando lo del Señor de las Ligas, el Bejarano.
Don Cuauhtémoc ha pasado la vida entre
charcos de lodo sin mancharse y sin abrir el pico, ¿por qué ahora sí?…
es muy triste pero a lo mejor es reacción tardía a la gritada que le
pusieron en el Zócalo, cuando fue a treparse en la causa de los
normalistas y le salió el tiro por la culata.
Don Cuauhtémoc es de lo más rescatable
del mundo de la política contemporánea de nuestro país, qué duda cabe.
Ha sido honesto a carta cabal toda su vida, si por honestidad entendemos
no robar ni malversar…
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