“Pase lo que pase no dejes de cumplir con la cuota o ya te chingaste”, le dijo un adolescente de 15 años al menor de sólo diez, quien llegó de la zona rural hace dos años, para conseguir “más dinero” y así ayudar a su madre. Poco después que su padre falleciera. “Estaba enfermo del hígado, se le pudrió creo, trabajaba en una finca donde fumigaba plantas de plátano, dicen que por no taparse la boca y la nariz le dio cáncer, nos quedamos solos”, explica el infante.
Él estuvo durmiendo durante dos semanas en las banquetas del parque central de una de las principales ciudades fronterizas de la zona sur de México y se alimentaba de las sobras que encontró o le regalaron los transeúntes. Finalmente fue reclutado por un hombre de aproximadamente 50 años, quien le aseguró que le pagaría 200 pesos diarios si trabajaba para él vendiendo dulces en las calles. Comenzaría a las nueve de la mañana y a las nueve de la noche debería entregarle una cuota de 600 pesos.
Sin embargo, no le advirtió qué pasaría de no hacerlo. La primer semana de abril de 2013 las cuentas fueron entregadas en su totalidad, posiblemente durante seis meses no hubo ningún problema, narra, pero “después hubieron días en los que no se lograron juntar, pero solamente me quedé sin comer y dormir en el lugar que nos daban en una casa por el sur de la ciudad. Volví a las calles a dormir en el parque, algunos días cuando no tenía el dinero completo, pero al siguiente año, el día de reyes hasta me regaló dinero, aunque no junté la cuota y fue la primera vez que consumí drogas, de las que yo vendía a escondidas, porque además de dulces, mi patrón nos da marihuana, 200 pesos el gramo”, narra el menor.
En 2014 la jornada laboral del menor cambió. Hubo un “cambio de reglas”, iniciaba desde las cinco de la mañana y terminaba hasta que obtuviera. Para aquel año, 700 pesos. De no conseguirlos, “el patrón” lo esperaba en una de las calles aledañas del parque central y lo comenzó a obligar a prostituirse por 150 pesos.
Incluso hoy, durante aproximadamente tres horas o más, “dependiente del humor del patrón”, entre media noche y madrugada el menor es víctima de hombres de entre 40 y 60 años, que pagan por servicios sexuales en aquella región. “Se siente horrible, mi patrón me da marihuana, me dice que así me va ir mejor, pero no es verdad, ese tipo de cosas que me hacen son dolorosas y no puedo hacer nada al siguiente día. Me siento con ganas de vomitar, siempre que pasa, pero no, no se puede huir, porque hay vigilantes en todos lados y si no te matan, que sería mejor, te va peor si quieres irte”, asegura el menor.
El pequeño también comenta que no ha visto a su familia desde el día en que salió de su casa, ya que en un primer momento no tuvo dinero para volver y después al ser “reclutado” a este tipo de negocio ilícito, le fue prohibido salir del cuadrante que le corresponde. “Todo el tiempo soy vigilado, pero hay sitios donde me dejan libre, porque creen que es imposible que me vaya, como éste (el pasillo de un baño en un centro comercial), son chavos los que vigilan en distintas zonas, a ellos les pagan, siempre están atentos, solamente observan que no hable con nadie, creo que ganan 2 mil pesos semanales, eso me han dicho”, explica.
El menor tiene doce años, y afirma que para su próximo cumpleaños celebrará “bebiendo como si ya no fuera haber alcohol”; “beberé y me drogaré, no sé quien lea mis palabras, pero muchos dirán que estoy mal, pero no es así, esta es mi vida y no soy el único, la banda de chavos con la que me llevo y trabajan para el mismo patrón son muchos, hay también guatemaltecos, a ellos los golpean para que se prostituyan. Dice mi patrón que en ellos no gastaría su droga, a los mexicanos nos da trato de preferencia, nos golpea menos y con los puños, a ellos sí con una tabla mojada”, narra el chico.
Las palabras del menor solamente confirman lo evidente. A diario en la franja fronteriza del sur de México, cientos de niños entre diez y quince años, mexicanos y guatemaltecos deambulan en las calles vendiendo dulces, y drogas, hecho que las autoridades locales, en distintos periodos, han asegurado es una realidad latente.
Sin embargo nunca se han implementado programas y/o políticas públicas que siquiera intenten combatir esta problemática. Por el contrario, es una situación que se ha convertido en común para autoridades y sociedad civil.
“Muchas veces hemos escuchado la frase ‘la frontera sur del país es el burdel más grande’,ya es un lugar común, millones lo ven como una frase trillada, sin embargo existe un trasfondo que ha lacerado a miles de infantes que finalmente mueren por sobredosis o incluso por ser portadores de VIH, finalmente los prostituyen, pero no los protegen. A las niñas sí, no siempre pero pasa, porque si se embarazan ya no podrán seguir trabajando.
Cuando un niño enferma humillado y alejado de los demás, lo corren como a un animal. Un niño menor de quince años portador de VIH en las calles, casi moribundo por las múltiples enfermedades que lo aquejan es común, entonces dicen ‘es que está desnutrido y con razón si es niño de la calle’, ese tipo de comentarios son lo más sobresaliente en cuanto al gigantesco problema. Somos tan insensibles, que mientras no seamos nosotros los afectados no pasa nada. A eso nos acostumbraron los gobiernos priistas en estas zonas. Así nos han educado, porque ellos actúan con indiferencia”, asegura a Revolución TRESPUNTOCERO el antropólogo social Erasmo Flores.
Según información del Centro de Dignificación Humana, la trata de personas es un delito que se combate “a medias” en Chiapas y deja ganancias a funcionarios municipales y estatales en promedio de 600 mil pesos.
Los sitios donde mayor prostitución infantil se perpetra son los parques centrales, cantinas y bares. Además se ha asegurado que las mismas autoridades están inmiscuidas, por lo cual, aunque exista una legislación, no sería acatada, porque los mismos policías son quienes protegen a los proxenetas.
Vía Tres Punto Cero.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario