Vía Chiapas Paralelo/Sarelly Martínez Mendoza.- Desde hace muchos años, la Feria Chiapas dejó ser —si es que alguna
vez lo fue— la feria del pueblo. Es, eso sí, el antro más grande de
Tuxtla, con cantinas móviles, que dejan su espacio acostumbrado de la
ciudad para trasladarse al polvo y al frío.
Una feria que privilegia la cerveza —Superior, por supuesto, porque
no en balde su presidente es distribuidor de esa cerveza en Chiapas—, no
conecta con el pueblo, no es una celebración popular, como lo deben ser
las ferias, sino apenas un distractor de fin de año.
¿Tiene sentido inyectar dinero, ese sí del pueblo, a una feria que
entiende que lo popular es la venta de cervezas, amenizada con algún
cantante de banda, preferentemente?
Manuel Francisco Pariente Gavito en su presentación como presidente del Patronato de la Feria Chiapas el pasado miércoles 6 de noviembre. Foto: Archivo/Chiapas PARALELO |
Las ferias, para que sean del pueblo, deben tener un hondo sentido
popular, y no necesitan del apoyo gubernamental para su realización. Las
personas aportan lo que tienen y apartan, con anticipación, sus días de
guardar, porque saben que la celebración es inalterable.
Es posible que una feria inicie en fechas diferentes, por el movedizo
santoral del calendario, como sucede con la de Corpus Christi de
Suchiapa, pero la celebración no se aplaza.
La Feria Chiapas, que ahora empezará el 1 de diciembre y tardará 18
días, a diferencia de los 17 de los años anteriores, es una vacilada,
con sus fechas alteradas de inicio y de conclusión.
¿Qué beneficios económicos ha dejado la Feria Chiapas en los últimos
años? Muy pocos, sin duda, ni siquiera para los expositores, muchos de
los cuales, han reclamado por las pérdidas registradas ante la poca
afluencia de visitantes. Se salvan los que gozan de una buena ubicación y
son muy pocos.
Este año, en esa organización precipitada a cargo de Manuel Pariente
Gavito, se acordó no cobrar un peso a los visitantes. Será la primera
vez, pero no creo que eso frene la caída de esta feria desangelada.
En Chiapas hay cientos de ferias auténticas, que no requieren del
apoyo gubernamental para sobrevivir. Son ferias con espíritu, con una
tradición enraizada en el gusto y casi en los genes de las personas,
como las de Chiapa de Corzo o Coita, por citar solo a dos ferias
populares.
Antiguamente, las ferias eran motivo para que las personas vendieran
sus cosechas y adquirieran artículos a buen precio que llevaban los
arrieros trashumantes. Cuenta Javier Espinosa Mandujano en su novela Sobre la tierra que don Chusito, El Coleto, llevaba,
desde San Cristóbal hasta Xiquipilas el cargamento de novedades
—baleros, confites, trompos, espejitos de colores y sabrosuras de
conservas—para la feria de San Pedro.
Los pueblos se movían de acuerdo a sus festividades. Todo se
preparaba para la feria: se compraban vestidos, se ensayaban nuevos
pasos, nueva música y surgían nuevos danzantes y nuevas tradiciones.
Esas ferias, tan propias y tan arraigadas en los pueblos, tienden a
extinguirse en las ciudades. Tuxtla, sin ninguna festividad importante
que le sobreviva, se inventó la Feria Chiapas de la nada. Debió ser la
de San Marcos pero tenía una fuerte competencia con la de
Aguascalientes, en donde comerciantes y fieles crearon en 1828 la venta
de utensilios diversos.
Una feria, como la de Chiapas, quizá tendría sentido si los jóvenes
tuvieran pocas oportunidades celebratorias, pero cuando cada fin de
semana o a diario, Tuxtla es un bacanal, una festividad así puede
desaparecer sin pena y sin gloria.
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