Nayeli Roldán (@nayaroldan) Animal Político |
Rosalinda Sántiz se negó a seguir el futuro casi impuesto para las
mujeres de San Andrés Larráinzar, una región en Los altos de Chiapas.
Desde muy joven supo que quería estudiar en lugar de casarse y tener
hijos, aunque para lograrlo tenía que abandonar su comunidad apenas
cumpliendo la mayoría de edad y sin hablar español. Después de años de
esfuerzo, en 2015 pudo graduarse como licenciada en Planeación del
desarrollo rural, a los 37 años.
También siempre tuvo muy claro que ese conocimiento debía
transmitirlo a las mujeres de su comunidad y poco a poco lo ha logrado a
través de la cooperativa que agrupa a 250 mujeres tejedoras y como
presidenta de la organización Formación y Capacitación para mujeres
Kinal Antsetik (Cefocam) y en la Red de Cooperativas del Sur (Recosur),
que integra a otras cooperativas de Chiapas, Quintana Roo, Yucatán,
Oaxaca y Guerrero.
La primera intención de organizarse era convencer a las mujeres que
debían valorar su propio trabajo. Muchas de ellas, por necesidad,
vendías sus creaciones por poco dinero, pese a que sus tejidos son
hechos en telar de cintura y cada pieza era única. Lo segundo era
conseguir que las mujeres tomaran sus propias decisiones. Desde asistir a
asambleas de la cooperativa, aún cuando sus maridos no lo aprobaran, o
decidir en qué gastar el dinero que ganan y no entregarlo a sus esposos.
Ahora, después de décadas de activismo, las mujeres de la región
están alcanzando otro peldaño. Prepararán una estrategia para defenderse
de los plagios que marcas internacionales han hecho sobre sus tejidos a
través del Primer encuentro de artesanas, por la defensa de nuestros
diseños, del 7 al 10 de septiembre, en el que participarán
organizaciones de Chiapas, Guerrero, Yucatán, Quintana Roo, Michoacán,
Centro y Sudamérica.
Se trata, explica, Rosalinda, de la “defensa del patrimonio cultural,
de nuestros conocimientos ancestrales, de la herencia de nuestros
pueblos” y para ello, primero hay que reflexionar y analizar la
problemática.
La defensa contra los plagios
De acuerdo con la organización Impacto, al menos ocho marcas de ropa, incluyendo internacionales como Zara o Mango, plagiaron diseños de comunidades indígenas de Oaxaca, Chiapas e Hidalgo, entre 2012 y 2017.
Pese a la denuncia pública, Zara lo volvió a hacer con una blusa de la comunidad de Aguacatenango, Chiapas, en julio pasado.
Ante este panorama, las artesanas deben reflexionar sobre la problemática porque “si no reconocemos nuestro trabajo entre nosotras, no vamos a tener conciencia de defender nuestros tejidos y va a llegar un momento en que lo van a imprimir y en cualquier tienda encontrarán nuestros diseños, se va a ir perdiendo el conocimiento y ya no vamos a poder vender nuestros productos”, dice Rosalinda.
Por eso es que en el encuentro incluirán temas como “¿qué entendemos
como patrimonio cultural, propiedad intelectual” y, sobre todo, “¿qué
pensamos hacer para defender nuestros conocimientos como artesanas?”.
Para responder a las preguntas también se necesitan aliados, incluyendo
funcionarios porque “hay que hacer una lucha en conjunto”.
Entre los invitados está Eréndira Cruz Villegas, directora de la
Cuarta Visitaduría de Pueblos Originarios de la CNDH; Aída Castillejas
González, secretaria técnica del Instituto nacional de Antropología e
Historia; Carlos Martínez Negrete, docente e investigador y la senadora
Susana Harp Iturribarría.
Al finalizar el encuentro pretenden establecer una ruta para la
defensa de sus artesanías y frenar el plagio por parte de las marcas y
diseñadores que abusan de las tejedoras porque “los que siempre ganan
son las empresas”.
Otra meta para la comunidad es completar su investigación sobre el
origen y significado de sus tejidos porque poco a poco se ha ido
perdiendo. Por eso, Magdalena, una de las tejedoras más expertas hizo un
muestrario con 80 diseños, pero aún falta incluir más y, sobre todo,
indagar los significados. También quieren hacer un libro con esta
investigación, como otro intento de preservar la herencia de sus
antepasados.
El camino a la liberación femenina
La cooperativa de las mujeres de Chiapas comenzó en 1984 sólo para
vender sus productos, pero poco a poco se transformó en un punto de
activismo político, participando en marchas y organizando talleres sobre
derechos humanos, incluso antes del levantamiento del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994.
Desde entonces las mujeres organizan talleres de capacitación para el
resto de mujeres, para que sepan sus derechos, con la gran complejidad
de que en la lengua tzotzil ni siquiera existe esa palabra.
Además, tomar conciencia sobre el valor de su trabajo como tejedoras,
el impacto más palpable está en el terreno ganado por las mujeres en
materia de derechos para combatir la violencia doméstica.
“La violencia es tan naturalizada que se piensa que así es la vida. Es muy difícil hacer entender a las mujeres que eso no debe ser. Es bien difícil porque te educaron así y así miras la vida”, cuenta Rosalinda.
Además de hacer talleres, la manera que encontraron fue hacer
“visitas domiciliarias”. Explicarles a los hombres que la violencia no
es normal, que reconociera el valor de las mujeres en la casa y en el
trabajo. Un grupo de mujeres de la cooperativa iban a las casas de las
otras y le explicaban a los esposos “la importancia de la mujer en
participar en su propia cooperativa, en asistir a las reuniones, ser
representante”.
También lograron que las mujeres pudieran decidir qué hacer con el
dinero que ganan en los tejidos y no dárselo al marido. “La mujer ya
administra su propio dinero. Ahora comparten gastos”, dice Rosalinda,
quien ha observado los cambios en los últimos 18 años.
Rosalinda tiene 40 años y asegura que el trabajo de las mujeres que
empezaron la cooperativa en los años 80 fue determinante para que ella
también se convirtiera en activista, por eso la filosofía entre ellas
“es que nosotras mismas tenemos que acompañar a las otras mujeres,
transmitir a las demás lo que has aprendido”.
El activismo también la hizo atreverse de salir de su casa a los 18
años para estudiar la secundaria fuera de la comunidad y cumplir su
sueño. “Lo que siempre quise desde los 14 años, lo terminé en 2015 como
licenciada en Desarrollo Rural”, dice.
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